Crónica del concierto

Ian Anderson en el Bleú Club de la Ciudad de México
Martes 24 de mayo de 2011

José Hernández Prado

(Reseña destinada a Tullianos, asociación de seguidores españoles de Jethro Tull)

Luego de dos meses de una difusión publicitaria confusa y casi inexistente, que comenzó diciendo que en una misma semana de mayo, Jethro Tull se presentaría primero en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México –como parte de la gira norteamericana que conmemora los 40 años del álbum Aqualung– y después en el nuevo y catastróficamente manejado Bleú Club –no como el Tull legendario, sino como Ian Anderson en plan de solista–, se concretó sólo el segundo de los conciertos mencionados, en la fecha señalada por el título de esta reseña.

Ian Anderson abarrotó un local donde caben aproximadamente 2 mil personas –a quienes condujo hasta el delirio–, con un grupo acompañante de músicos muy bien ensayados y bastante “cumplidores”, entre los que destaca sobremanera el joven alemán Florian Opahle, maravilloso guitarrista eléctrico que parece haber sido genéticamente desarrollado a partir de “células madre” pertenecientes a Martin Barre. Su poderosa y exquisita guitarra Gibson, combinada de un modo casi inmejorable con la flauta y las guitarras acústicas de estilo antiguo –o tipo vihuela– del propio Anderson, nos hizo sentir a los asistentes, por muchos y grandes momentos, que estábamos en presencia de Jethro Tull, a pesar de que los demás instrumentistas, colocados en el bajo eléctrico, la batería y los teclados –como se dijo antes, acoplados a la perfección y responsables de un sonido en extremo compacto y energético–, semejaban ser unos Jonathan Noyce, Doane Perry o Anthony Giddings tocando con una sola mano.

Ian Anderson hizo feliz a su fiel público mexicano con clásicos de Jethro Tull como Thick as a Brick, Bourée, Songs from the Wood o My God, así como con las al final infaltables Aqualung y Locomotive Breath. El repertorio tulliano ocupó cerca de un 85 por ciento del programa y el otro quince por ciento quedaría completo con unas cuantas piezas de Anderson solista y algún nuevo material muy prometedor, que ojalá sea debidamente grabado por Jethro Tull; en especial, ese verdadero tour de force que es Changing Horses, cuya música evoca el paisaje geográfico e histórico de Escocia y recrea el más puro sonido británico andersoniano, que fue el que nos clavó a todos en Jethro Tull. Anderson persiste en nutrir la parte de su rock que asume como “progresiva” con piezas de Juan Sebastián Bach. Además del Bourée, el concierto incluyó un espléndido arreglo para flauta y teclados del preludio inicial del Clavecín Bien Temperado y un sensacional montaje para guitarra eléctrica “distorsionada”, bajo y batería –donde brilló el virtuosismo de Florian Opahle–, ni más ni menos que de la Toccata y Fuga en Re Menor –de la que la musicología actual propone que a lo mejor no fue compuesta por Bach, pero ¡qué importa!–.

Quien esto escribe desea afirmar una vez más que el único “pelo en la sopa” de los conciertos de Anderson y Jethro Tull es la perjudicada voz de Ian, misma que le resta mucha riqueza y expresividad a las hermosas melodías vocales de los años sesenta a ochenta. Sin embargo, también una vez más puede decirse que lo que ha perdido la voz de Anderson, lo ha ganado su flauta. En un concierto como el que oímos ayer en México se tiene la impresión de estar escuchando a uno de los grandes ejecutantes de flauta de todos los tiempos: un Roland Kirk, un Jean-Pierre Rampal o un James Galway.

A la inmensa –y mozartiana– melodiosidad de la flauta de Anderson se suma su inigualable y rítmica “percusividad”, que la convierte en una de las cumbres históricas del rock. Y además continúa allí –porque ése nunca podrá perderse, sino tan sólo modificarse por el aminoramiento vocal que tanto lamentamos– su personal estilo británico-vernáculo de componer; su “sonido greensleeves” típicamente insular –digno de los Cotswolds, de Essex o de Southwold–, que nadie jamás, perteneciente a cualquier “ola inglesa” de las pasadas décadas, ha logrado superar. No sé si volvamos a escuchar una vez más “en vivo” o “en directo”, por este lado del mundo, a Ian Anderson y su Jethro Tull, pero ayer atestiguamos de nueva cuenta ese mundo musical de sobra gratificante que, durante tantos años, nos ha mostrado sostenido por sólo una de sus piernas.
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